Me encontraba sentado frente a la ventana de mi dormitorio del 221 de Baker Street tecleando de forma incesante, intentado recordar cada detalle, cada apunte, cada apreciación, de mi querido amigo y compañero, y ya tan conocido, consultor y asesor privado, Sherlock Holmes, que me sentía absorto en mis propios pensamientos. La situación vivida, ni fue mas peligrosa ni menos apabullante que la anterior o la que nos deparaba el destino en los próximos días, pero si he de decir que desde mi condición de médico en el campo de batalla, en el pasado, y ahora de forma mas reciente sobre los innumerables casos en los que nos encontrábamos inmersos, tuve la sensación de que algo era distinto...
